Arte y Cultura

Grecia, la cuna de Occidente

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Martes, 12 Mayo 2015
Diego Alejandro Guerrero

La División de Bibliotecas de la Universidad del Valle invita a la charla “Conversaciones sobre historia del arte: Grecia, la cuna de Occidente”, que se realizará este miércoles 13 de mayo de 2015, a las 6:15 p.m., en el Auditorio Ángel Zapata, Biblioteca Mario Carvajal, Meléndez.

Esta charla será impartida por Carlos Esteban Mejía Londoño, doctor en Historia del Arte de la Università Degli Studi di Bologna.

Sobre la charla.

Pensar en Grecia, llegar a Grecia, recorrer ese mundo griego en las islas o en el continente, en el territorio de la Grecia contemporánea o en los sitios mediana o considerablemente alejados, donde a partir del arcaísmo colonial y migrante se situaron una a una las nuevas poléis hijas, es una experiencia que bien vale la pena intentar, con el objetivo primordial de aclararnos al menos una parte de ese equívoco y complejo paradigma de ser también occidentales a distancias mucho más extensas que aquellas de Crimea o Marsella, o en latitudes tan diversas como Alejandría de Egipto o esos valles indios, fértiles y lejanísimos donde los soldados agotados y casi vencidos de Alejandro –en la exótica Afganistán–, decidieron abandonar la idea mayúscula del regreso a la tierra del origen, a la Hélade original de las comunidades aqueas, eolias, jonias y dorias…

Y bien, como dice Moses Finley en su moderna versión sobre El legado de Grecia, “¿Qué es Grecia? ¿Y lo griego? ¿O, en los términos que los griegos emplearon siempre, la Hélade, lo heleno?”… traigamos a Herodoto, que pone en boca de un ateniense del siglo de Pericles, aquello que mejor podría definir lo que sin unidad política y sin gobierno central, nos permite hablar de “griegos” en el sentido pleno del término:

“El… motivo que nos da el mismo nombre de griegos, inspirando en

nosotros el más tierno amor y piedad hacia los que son de nuestra

sangre, hacia los que hablan la misma lengua, hacia los que tienen

los mismos ritos, la comunidad de templos, la uniformidad en las

costumbres”.

Ahora bien, ¿quiénes eran a todas luces estos marinos y pastores, estos campesinos y artesanos prolíficos, estos guerreros heroicos, estos comerciantes hábiles y políglotas, estos colonos ordenados y meticulosos, estos artistas y filósofos, en una palabra, estos ciudadanos de tantas polis, congregados al decir de Platón como ranas al borde de ese Mediterráneo común; quiénes eran esos griegos que el filósofo desde la Academia llamaba “nosotros”, para diferenciarlos de los persas y egipcios, de los sirios y aún de los macedonios? ¿a qué razas pertenecían, de dónde habían llegado y qué lengua o lenguas hablaban? O bien, ¿desde cuándo estaban allí, en este territorio de la Hélade circunscrita, o desde las tierras de la colonización en Sicilia o en la Magna Grecia, en Taranto o Metaponto, y también en Asia Menor, donde eolios, jonios o dorios habían fundado sus primeras colonias?

Y nos queda para completar, en algún sentido, el horizonte al mismo tiempo físico y humano, es decir, cultural, del territorio de la Grecia de todos los días y todas las horas, el mar, azul, profundo, suficientemente grande y pequeño, en cierto sentido, cotidiano, servicial, manejable. El mar griego, bien que fuera circunscrito y navegable como el Egeo, o estrecho y menos salpicado de islas, como el mar Jonio, tampoco tan diverso, era al mismo tiempo, seguridad y distancia prudente, vía de comunicación y comercio, intercambio y comida, costa y puerto, peregrinación y camino, viaje y arribo.

Cuando pensamos que en el corazón de cada griego cretense o dorio, ático o tesalio, macedonio o beocio –hoy como ayer–, hay un marino hablador de lenguas y ligado fuertemente a la patria griega, o de la región o la polis correspondiente, no estamos para nada equivocados. De Ulises a Costantinos Cavafis, de Heródoto a Pausanias, del corazón griego de Durrell, o del emperador Adriano, de Alejandro a cualquiera de sus generales, en cada griego de Nueva York o de Samos, de Alejandría o de Constantinopla, hay un Teseo de velas blancas que quiere regresar, después de la larga y fascinante navegación, al lugar de los olivos, a la cantera inagotable del Pentélico, a las murallas de Hiraklio, a los cafés de Plaka y Monastiraki, a los pistachos de Egina, a los mandarinos y a los melocotones dorados del Peloponeso.

 

Informes: Área Cultural - División de Bibliotecas

Tel.: 321 21 00 Ext. 2974.

 

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