Para muchos el maestro Luis Carlos Figueroa es el último pianista clásico vivo que le queda a la música colombiana. Con 91 años, aún da clases de piano en la Universidad del Valle. Perfil
Publicado en Periódico Campus 135
Un hecho triste marcaría para siempre la vida de Luis Carlos Figueroa Sierra. Con apenas tres meses de nacido, y por consejo médico, debió abandonar su casa materna del barrio Santa Rosa, corazón de Cali. A su madre, Rosa Sierra de Figueroa, le habían diagnosticado tifo.
Marcado por ese hecho, el futuro pianista, creador de obras inmortales como la cantata profana “El boga, boga bogando”, llegó a la casona de la tía Angélica Sierra Arizabaleta, educadora que vivía en el barrio de San Nicolás, a unas cuadras de la casa materna.
Fue en la casa de la tía Angélica que, a la edad de cuatro años, el pequeño Luis Carlos descubrió por primera vez un piano, hallazgo rodeado del misterio y la fascinación con las que José Arcadio Buendía descubrió el hielo en “Cien Años de Soledad”.
“En realidad era una pianola”, dice el maestro, después de interpretar de memoria el “Claro de Luna” de Beethoven, sentado frente a las teclas del viejo Fleyel francés de cola que le regalara, en 1950, Elvira Garcés de Hannaford.
“Tenía 4 años, y estaba fascinado de ver cómo se movían las teclas cuando se ponían a funcionar los rollos; como si alguien las tocara”, recuerda. “Era un instrumento fenomenal, algo mágico”.
A esa edad, cuando Cali apenas llegaba hasta San Fernando, el maestro Figueroa empezó a tener contacto con la pianola. Tocaba canciones religiosas o populares, y buscaba la armonía con la mano izquierda: “Era una técnica personal porque no tenía academia ni nada”, dice.
Un día, creyendo que la tía se había ausentado, Néstor, su hermano mayor, le prestó las llaves de la salita en la que resguardaban la pianola. “Empecé a tocar a escondidas, pero ese día había una señora de visita, y le preguntó a mi tía: “¿Quién toca el piano?”, a lo que ella respondió: ´nadie; es una pianola´, y corrió al cuarto a mostrársela”.
“Me encontraron sentado al piano”, se ríe el maestro, alzando vuelo sobre un caballo de notas de reconocibles clásicos de la música colombiana como La gata golosa. “Mi tía se quedó asombrada de verme”. En adelante, no solo se la dejaría tocar, sino que le pondría maestra de piano.
Su primera profesora fue la española Trini de Sacasas. Luis Carlos tenía 7 años. “Yo era muy inquieto y no atendía las clases”, dice socarronamente. “En la segunda sesión ella le dijo a mi tía que renunciaba irrevocablemente porque yo no era juicioso”.
La pedagogía musical de entonces no era muy avanzada, no había cómo disciplinar a una persona. “Se acabaron las clases”, dice el maestro resignado. Habían sido solo dos, pero la tía del maestro le dijo a Sacasas: “Entonces, démelas a mí”.
“Cuando mi tía supo algo de lo que le enseñó Doña Trini, que no era mucho, me dijo: “Ahora quien te va a dar las clases de piano soy yo’, y ahí sí las cosas se pusieron a la orden del día”.
Angélica Sierra Arizabaleta no solo le dio al maestro Luis Carlos las primeras nociones de música. También le hizo conocer las letras. “Yo un día le dije: ‘tía, enséñeme a leer’. Como era educadora y dueña de un colegio, me enseñó a leer”.
Luis Carlos pasó, en 1932, a manos de la profesora Renée Buitrago, prima hermana del maestro Antonio María Valencia. “Yo tenía 9 años”.
En la misma casa vivían la mamá del maestro Valencia, sus hermanas y la abuela. “Conocería al maestro Valencia muchos años después, a su regreso de Europa”, dice el profesor Figueroa.
“Las sesiones de Renée fueron, académicamente, mis primeras clases”, dice. Con ella aprendió valses, escalas y arpegios. “Era muy querida. Tengo gratos recuerdos”. En 1933, una vez el maestro Valencia funda el Conservatorio, “gracias a Renée obtengo una beca ”.
La beca duró toda la carrera: 5 años de elemental en el piano, 3 de intermedio y 5 de superior, teniendo, al final de su carrera como profesor al maestro Antonio María Valencia. “Un gran paso”, reconoce Figueroa.
El maestro Figueroa empezó sus estudios cuando el Conservatorio quedaba en lo que hoy es la sede de Proartes. En 1939 el Conservatorio se trasladó al barrio Centenario, donde hoy funciona.
“El profesor Valencia era de mediana estatura, algo acuerpado, pero grande como artista”, sostiene Figueroa. “Como intérprete era íntegro, tenía una gran sensibilidad y manejaba la técnica del instrumento. Es, sin duda, uno de los grandes pianistas colombianos”.
CALI-PARÍS SIN RETORNO A LA VISTA
En 1950, la señora Elvira Garcés Córdoba (después de Hanna) le conseguiría una beca con el Municipio. “Con esa beca me mandaron por tres años a Europa pero me quedé nueve”, dice.
En Buenaventura, tomó un barco a Nueva York y luego a Francia. Figueroa presentó su examen en el Conservatorio Nacional de Música de París y tuvo como profesor a Antonio Benavidez, quien había sido su tutor en Cali. “Gracias a él me pude ubicar con el profesor Jean Batalla, con quien me especialicé en el piano.
Estando en Francia, el alcalde de Cali, Carlos Garcés Córdoba, hermano de doña Elvira Garcés, consideraba que debía regresar a enseñar lo aprendido.
“Me pusieron el pasaje de regreso en barco”, recuerda el maestro. Arribaría a Buenaventura el 19 de diciembre de 1959”. Después de nueve años por fuera, el maestro vería a Cali diferente: “Era una ciudad mucho más grande y cambiada. A la gente que yo había dejado de corbata, camisa y saco la encontré solo de camisa, ¿cierto Julieta?”, le dice a su esposa, con quien se casó el 19 de diciembre de 1978.
¿Cómo la conoció, maestro? “Una amiga que había sido secretaria de él me lo presentó, y quedamos flechados”, aclara doña Julieta desde la cocina, mientras prepara el jugo preferido del maestro: lulo. Julieta es de Ginebra (Valle) y estudio guitarra en el Conservatorio.
En marzo de 1960, luego de que el Teatro Municipal le facilitara un piano para sus ensayos, Figueroa da su concierto de bienvenida con lleno total, interpretando obras de Scarlati, Beethoven, Chopin, Albeniz y, por supuesto, Antonio María Valencia.
“Luego me dediqué a visitar familiares”, dice el maestro tras cumplir, este año, 55 como profesor de música. “Además de director del Conservatorio, me encargué de la orquesta del conservatorio, de la coral palestrina, de la cátedra de piano y del solfeo superior”, siendo además profesor de música de cámara y de armonía.
¿Se considera pionero de la música clásica colombiana? “No, no puedo decir eso”, niega tajante. “Los pioneros son los pioneros, los otros solo somos hijos artísticos. Pioneros Luis A. Calvo, Bermúdez Silva.
Con dos hijos, casi 92 años de edad –los cumple este 12 de octubre-, y 137 composiciones clasificadas en géneros como instrumental, vocal (canto y piano), música de cámara y sinfónica, ¿qué significa seguir siendo profesor?
“Es que yo tengo la vocación de la pedagogía: mi tía Angélica Sierra, mis hermanos y mis primos, mi tío político Tulio Ramírez Rojas, fundador de la Universidad del Valle, todos fueron educadores. Soy músico y educador, parejo”.
Según las directivas del claustro, Figueroa Sierra, considerado el último de los pioneros de la música clásica colombiana aún vivo es, además de ejemplo para las nuevas generaciones de músicos, el profesor de mayor edad y más antiguo del centro de estudios.
“¿Mi vena musical? Bueno, mis tías y mi madre cantaban. Mi padre, Juan Nepomuceno Figueroa, en cambio, era hombre de campo, nacido en Santander de Quilichao, dedicado a la agricultura, pero recuerdo que llevados por él a la casa iban conjuntos de guitarra, tiple y bandola”.
Y las novias francesas maestro, ¿las dejó? “Pues qué hacía ¡Cierto Julieta!”
---
En homenaje al maestro, hoy inicia el V Concurso de Música Iberoamericana para Piano “Luis Carlos Figueroa”, organizado por la Escuela de Música de la Universidad del Valle, del 3 al 7 de noviembre de 2015, con el propósito divulgar la música de compositores colombianos e iberoamericanos y contribuir a la formación de pianistas profesionales, para alcanzar altos niveles de interpretación, en cualquier escenario musical. Ver Programación.