El sentido de las obras de arte se construye relacionalmente, en los “encuentros” entre éstas y los públicos que involucran. El arte es político en la medida en que cruza, crea puentes, solicita la participación de sus públicos.
Esa fue una de las premisas de la ponencia de Rubén Darío Yepes, artista y autor del libro La política del arte, presentada durante la Cátedra Jesús Martín Barbero, que organizó la Facultad de Artes Integradas de la Universidad del Valle.
En esta ocasión, la Cátedra congregó a académicos, artistas y estudiantes para establecer un debate sobre cómo son los rasgos -aquí y ahora- del campo de las artes.
Rubén Darío Yepes es artista, egresado de la Universidad de Antioquia, Master en Estudios Culturales de la Pontificia Universidad Javeriana y candidato a Doctorado en Visual and Cultural Studies de la Universidad de Rochester, Nueva York.
¿Usted cómo describe un tipo de arte producido en Colombia, en este siglo, que sí tenga consecuencias políticas?
Si uno revisa la plástica contemporánea en Colombia se da cuenta de que el arte con intereses políticos es relativamente escaso, especialmente si se compara con otros países latinoamericanos. Predominan las temáticas individuales, las microhistorias personales y las búsquedas relacionadas con la sensibilidad estética en un sentido general.
Entre los artistas que tienen motivaciones políticas, destacan las propuestas de carácter participativo o contextual, es decir, propuestas en las que el espectador se convierte en participante o correalizador de la obra, y las propuestas en las que la obra se relaciona directamente con contextos sociales específicos. Esto no quiere decir que la obra de arte en el sentido tradicional, la obra exhibida en el museo o la galería, no pueda tener resonancia política; de hecho, también hay casos interesantes de esto en el arte colombiano.
Pero hay que aceptar que, dados los elitismos de los circuitos del arte –local y global– y las separaciones entre este y el público general, la ampliación de los espacios del arte más allá de la galería o del museo tiene mayor relevancia política, por lo menos en el momento actual.
Según su criterio ¿qué hay que evitar y qué promover en las escuelas de artes que forman a las nuevas generaciones de jóvenes?
No me atrevería a decir que hay cosas que se deben evitar, puesto que cada escuela de arte tiene y funciona en realidades y con necesidades diferentes. En un sentido general, señalaría que se debe enfatizar que el estudiante sea coherente con la búsqueda estética que plantea, y que no esté pensando en cómo se inserta en los circuitos comerciales –lo cual es una tentación ahora que hay algunos artistas jóvenes que están teniendo éxito comercial.
Dada la singularidad de nuestras realidades políticas y sociales, me parece importante que se promueva la conciencia de la capacidad del arte de incidir en ellas, que los artistas jóvenes entiendan que tienen un rol social que cumplir –más ahora que el país está atravesando por cambios políticos importantes y que tenemos en el horizonte la posibilidad de una sociedad postconflicto. Necesitamos, por utilizar un término de la teórica Jill Bennett, unas “estéticas prácticas”, unas artes que se preocupen por nuestros contextos locales y que estén a la altura del actual momento histórico y político.
¿Cree usted que en un país donde los fondos para las artes y las instituciones artísticas por parte del Estado son restringidos, y con frecuencia distribuidos de manera arbitraria o clientelista, formamos artistas para el desempleo, o para la marginalidad dentro de circuitos de arte cada vez más comercializados?
Es una realidad que los artistas contemporáneos no viven de su obra, tanto en Colombia como en otros países del mundo. A no ser que sean promovidos por las grandes galerías del circuito internacional del arte, la mayoría de los artistas deben vivir de la docencia o de otras formas de trabajo cultural en museos, galerías y organizaciones culturales. Esto puede ser frustrante, pero hay que entender que el hacer artístico y los circuitos comerciales del arte tienen lógicas y finalidades diferentes. Lo más importante para los artistas, especialmente los jóvenes, no debería ser vender sino poder realizar y desarrollar su obra. Hay artistas, tanto en Colombia como en el exterior, que logran conjugar sus búsquedas estéticas con sus labores de docencia de tal forma que ambas se alimentan mutuamente. No llamaría a esto marginalidad; más bien, se trata de un aprovechamiento inteligente y estratégico de los espacios en los que los artistas inciden.
Ahora, es claro que el arte siempre se verá beneficiado del apoyo estatal, algo que en Colombia es incipiente. El apoyo estatal insuficiente no es el resultado de escasez de recursos; basta citar el caso de Cuba para refutar esto. Más bien, es el resultado de no entender la importancia del arte para las sociedades contemporáneas. El Estado tiene que entender que las artes inciden de manera importante en las maneras en que nos relacionamos entre nosotros, con nuestras realidades sociales y políticas, con el medio ambiente y con nosotros mismos. Pero, para que El estado entienda esto, la sociedad tiene que entenderlo. Las dinámicas de los estados reflejan las dinámicas sociales. Si bien es necesario que las instituciones educativas y culturales y los artistas continúen presionando al estado para que asigne mayores recursos, también es necesario llevar a cabo una labor pedagógica y social que nos permita entender la importancia del arte.