Medio Ambiente

El futuro no es muy halagüeño: Tortolero

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Miércoles, 20 Mayo 2015
Agencia de Noticias Univalle

Sin pelos en la lengua, el mexicano Alejandro Tortolero Villaseñor nos advierte de la importancia de la Historia Ambiental en América Latina si no queremos repetir la historia de muchas otras culturas, hoy al borde de verdaderos desastres ecológicos y sociales que pondrían en peligro, no solo la vida de muchas especies, sino la de la propia raza humana.

Tortolero, Doctor en Historia y Civilizaciones de la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de París e investigador de la Universidad Autónoma Metropolitana de México está en Cali. Participa hoy jueves, a las 9:00 a.m., en el auditorio Diego Garcés Giraldo de la Biblioteca Departamental, con su conferencia inaugural: "La historia ambiental latinoamericana: tradiciones, problemas y desafíos".

El investigador de la Universidad Autónoma Metropolitana Plantel Iztapalapa presentará su charla en el marco del Congreso Internacional de Historia Ambiental y de Economía Ecológica que organiza el departamento de Historia de la Universidad del Valle. El evento congrega, entre este jueves 21 de mayo y el sábado 23, a un centenar de investigadores nacionales y extranjeros en temas relacionados con la historia ambiental latinoamericana y caribeña.

“Se piensa que en 30 años puede haber hambrunas generalizadas, y quizá América Latina pueda ayudar a paliar ese tipo de hambrunas”, ha advertido Tortolero en conversación con la Agencia de Noticias de la Universidad del Valle. “Las previsiones a futuro –dijo el investigador mexicano- pueden no ser muy halagüeñas si no controlamos la emisión de carbono y esa agresión contra la naturaleza”.

¿Por qué es tan importante la historia ambiental para nuestro Continente?
Durante mucho tiempo estuvimos muy imbuidos en un modelo de esa idea de la primera Ley de la Termodinámica de que nada se queda ni se destruye, únicamente se transforma; y en esa lógica, parecía que teníamos ese poder omnímodo de ser capaces de transformar la materia y la energía al arbitrio solamente de los hombres y la sociedad. Se conoce entonces la segunda Ley de la Termodinámica, y uno se da cuenta de que en efecto en cada proceso de transformación de la materia hay esa disipación de la energía, que es un proceso antrópico, y es en ese contexto, sobre todo al final del siglo XIX, cuando nos empezamos a dar cuenta de que ese gran poder de transformar la naturaleza no era tal y que es necesario, desde luego, para poder encontrar la capacidad de reconstrucción de los ecosistemas (resiliencia), respetar a la naturaleza. Es ahí donde creo que estamos en este momento, sobre todo cuando uno se ha dado cuenta que de repente, midiendo la cantidad de lluvia ácida que cae en los polos -en los últimos 40 años es impresionante frente a lo que había pasado siglos antes-, es la acción del hombre la que ha degradado mucho esta naturaleza y es allí donde nos preocupamos por cómo mantenerla o resguardarla.

Y es cuando uno se cuestiona si los indígenas tenían razón…
Tenían razón en un cierto contexto. Por lo menos en el caso de las culturas aztecas, que son las que conozco, tenían la capacidad de adaptarse a los ciclos naturales. El tipo de tecnología que desarrollaban no era tan destructivo. Cuando viene la conquista y el mestizaje, nos damos cuenta que aparece una tecnología mucho más agresiva: la tecnología de la pólvora, una tecnología que quiere arrasar con espacios que desde luego no conocían esas otras culturas. Y nos damos cuenta que en efecto hay un grado de transformación de la naturaleza mucho más agresivo. Si bien es cierto que los aztecas transformaron la naturaleza, por el hecho de no contar con tecnologías agresivas, era una transformación mucho más suave, dulce.

¿Podría decirse que la tecnología está actuando en contra del mismo hombre?
Sí. La lógica tiene que pensarse en que en esta razón bidireccional, donde la naturaleza dicta ciertas indicaciones, da ciertos indicios al hombre, pues también tenemos que ser susceptibles y ser capaces de mirar y darnos cuenta que para poder reconstruir ciertos sistemas es necesario no utilizar tecnología tan agresiva. Le voy a dar un ejemplo. En el caso mexicano, durante la Nueva España, fue una gran exportadora de metales. Para poder tener esa capacidad exportadora de metales pues la tecnología fundamental era el uso de la madera. La madera era utilizada en todo los procesos. Buena parte de los bosques del norte de México se destinaron a la producción de metales preciosos. Es cierto, contribuimos a la riqueza del mundo, a la ornamentación, la creación de moneda (la moneda mexicana se utilizó en China hasta 1880), pero a cambio de qué: de una destrucción impresionante de la naturaleza, donde es muy difícil recuperarla porque prácticamente no llueve. En ese norte un árbol que se arranca es un árbol que es muy difícil que vuelva a crecer. Esa es la lógica donde uno tiene que decir: la naturaleza nos está dictando cierto tipo de indicios que nos permiten pensar que hay que tratarla de otra manera. Me acuerdo que estuve en un puerto pesquero chileno y los pescadores decían que año tras año disminuía el número de ballenas que llegaban al puerto pesquero, pero siempre pensaban que habrá más ballenas hasta que un cierto día ya no hubo más ballenas. Y ahí está el punto. Si ya no hay árboles, si ya no hay ballenas, si el último oso en Suiza se mató hacia la segunda década del siglo XX, tampoco habrá humanidad. Es en ese contexto que debemos pensar cómo leer mejor la naturaleza para no llegar a este tipo de situaciones.

¿La historia ambiental nos permite ver ese pasado para no repetir la historia?
Claro. Cierto tipo de poblaciones cada vez están más en peligro, lo mismo las aves y el resto de seres vivos, y pues en esa lógica si uno no toma unas ciertas medidas, que creo es una de las cosas que más se están trabajando ahora en educación ambiental, pues nos podemos encontrar con el hecho de que eso que suponemos siempre va a regresar es posible que nunca más vuelva. Y la lógica es no llegar a ese punto.

Es un dilema terrible. Es como si las necesidades del hombre se yuxtapusieran a la misma naturaleza. En Brasil se tumba más bosque amazónico porque se necesita más tierra para sembrar más soya y obtener más combustible para mover la economía…
El punto es ese: crear políticas regulatorias, pensar que en efecto no podemos utilizar siempre esta lógica del poder que tenemos de transformar la naturaleza. Tenemos que pensar que es necesario establecer políticas ambientales donde incluyan los costos ambientales. Muchas veces ese es el punto, las empresas. Le pongo un ejemplo: cuando México firma el TLC con Estados Unidos, algo que nunca se toca es el tema ambiental. Las empresas llegan, como lo vemos con las mineras, y hacen derrames tóxicos como lo acaban de hacer en el río Sonora, y ahí es cuando uno se dice: si esto hubiera sido pensado antes de firmar el TLC, se hubieran tomado políticas preventivas, pero al no hacerse entonces estamos con un problema terrible de contaminación donde las empresas tienen un poder de actuar incluso en contra de los propios dictados de la naturaleza.

¿Lo que hay es una dicotomía ambiente-economía de mercado?
Claro, y el asunto de que esto podríamos encontrarlo mucho más integrado en una dinámica en la cual estos costos económicos no se externalicen y sea la sociedad la que pague sino que las empresas sean parte de esa dinámica, creo que allí podríamos encontrar una respuesta mucho más sana a este tipo de relaciones economía-naturaleza.

La superpoblación, las invasiones en nuestras ciudades es otro dilema…
Desde luego. Una de las cosas que más generan transformaciones de la naturaleza en nuestros países es el fenómeno de la urbanización, y una urbanización descontrolada genera problemas enormes. Allí vuelvo a colocarle un ejemplo: cuando surge la ciudad de México, la existencia de los lagos impide su crecimiento hacia la zona sur y el oriente. En un momento, en las primeras décadas del siglo 20, cuando desaparecen esos lagos, surge una población enorme, una megalópolis mexicana de más de 20 millones. Al desecarse los lagos por la presión de las urbanizaciones, hay una serie de servicios que hay que dar a la población: urbanidad, drenaje, lo que genera conflictos con la naturaleza bastante fuertes. Entonces otra vez ahí de nuevo la lógica de las políticas públicas. Esto ha sido complicado en América Latina. Es necesario establecer un plan global para tratar de frenar este tipo de urbanizaciones caóticas que lo que generan es precisamente una contaminación terrible.

¿Qué tanto pesa la economía y la historia ambiental en las políticas públicas de nuestros países?
Hasta ahora ha sido mínimo. Siempre es como una especie de Mea Culpa donde los gobiernos dicen que en efecto hay que crear una política ambiental, que hay que respetar los acuerdos de Río y todo ese tipo de reuniones, pero desde luego la emisión de carbono se cuida muy poco. Creo que es mucho más lo que se tendría que hacer, y en esa lógica una de las necesidades es este tipo de eventos como el programado por la Universidad del Valle en el que se crea conciencia y se intenta resaltar el tema ambiental como un elemento fundamental de las políticas públicas en América Latina. Siempre teniendo en cuenta que la historia nos da una perspectiva, que la historia nos permite mirar. Yo creo que la lógica de la historia, si uno mira el pasado, es como cuando uno llega a un aeropuerto sin maletas, sin boleto: no se sabe hacia a donde ir. Pero cuando uno ha visto lo que ha pasado, ha visto que la minería genera esto, que la industria ferroviaria aquello, que las urbanizaciones, en fin, es ahí donde uno puede decir: tengo la agenda para establecer mejores políticas públicas.

El economista español Joan Martínez Alier, planteó aquí en Cali la necesidad de que la economía mundial se desacelere para frenar este caos ambiental planetario. ¿Cree que es posible?
Es complicado. Los planteamientos de Joan siempre han sido muy provocativos, interesantes pero en muchos contextos es muy complicado porque en efecto yo he mirado mucho la historia ambiental mexicana, durante todo el siglo XIX, y sobre todo el último tercio del siglo XIX que llamamos el porfiriato. Quienes controlaban al Estado eran las empresas. Y ahí esta lógica del liberalismo de que el Estado simplemente deje que el mercado funcione, lo que ha generado esta dinámica la cual es muy difícil ahora desacelerar simplemente por un respeto a ciertas políticas de conservación de la naturaleza. Es complicadísimo, pero creo que en la medida que haya una presión social, y que haya movimientos ambientalistas, mayor conciencia social y ecológica, pues sería una de las formas en que haya un desarrollo económico que respete a la naturaleza.

Estamos en un punto de quiebre. Los científicos anuncian para el 2100 una subida de temperatura de 2 a 4 grados, que sería catastrófico para muchas especies, incluida el hombre…
No solo eso. Se piensa que en unos 30 años puede haber hambrunas generalizadas. Quizá en esa misma lógica se está pensando ahora en ver cómo América Latina puede ayudar a paliar ese tipo de hambrunas debido a que tenemos cierto tipo de recursos alimentarios. Las previsiones a futuro pueden no ser muy halagüeñas si no controlamos la emisión de carbono y esa agresión contra la naturaleza. En ese contexto podemos tener muchos problemas.

Ya hay problemas en California por agua, lo mismo en Río de Janeiro…
Bueno, sí. Durante mucho tiempo la idea de que el dominio de la naturaleza iba a permitir que el agua en California se pudiera sacar de las presas del norte de Sacramento, ahora está en duda porque están racionalizando el agua. Una de las cosas que debemos entender es que el estrés hídrico nos está llevando a una situación que si no manejamos inteligentemente las políticas ambientales hoy, podríamos tener muchos problemas, incluso en economías desarrolladas como la de California.

¿La historia ambiental puede venir a nuestro rescate?
Me parece que nos puede permitir, visto el pasado, atisbar un mejor futuro. Una de las cosas que nos permite la historia ambiental es esa capacidad de hacer una lectura distinta del pasado donde la naturaleza no simplemente es un actor pasivo sino dinámico del desarrollo de las sociedades. Es en ese contexto en el que, mirando la historia ambiental del pasado, que uno encuentra hallazgos distintos. Si no hubiera una historia ambiental de Ciudad de México no me hubiera dado cuenta de que en el momento de la desecación de los lagos sobre los que se asienta hoy el DF, se presentó un enorme aumento de la conflictividad social. En el momento en que se desecan los lagos, de los que los campesinos pobres obtenían peces y aves por millones para comer y madera para sus casas, es decir todo lo que hacía parte de su cosmovisión y su dieta, ese es el momento de mayor conflictividad. Creo que la historia ambiental lo que nos da es eso: señales, signos e indicios para hacer una mejor lectura del pasado.


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