Ayer, justo ayer, me encontré con William Faudel, guía del museo Arqueológico Julio Cesar Cubillos de la Universidad del Valle y le pregunté por su reciente viaje a Turkmenistan. Él se sentó y dijo que el intercambio cultural había sido bastante fuerte y me narró lo que en esta crónica describo:
Mi primera intención al llegar a Turkmenistan fue tomar una foto del majestuoso aeropuerto al que acababa de llegar. Saqué la cámara y con alguna ansiedad busqué el mejor ángulo. En ese momento sonó, como un trueno, una voz firme y ronca a mis espaldas que parecía gritarme sin alzar la voz.
La voz provenía de un hombre alto y fuerte, con un gorro negro, que me decía, “está prohibido tomar fotos porque es un aeropuerto militar y que de hacerlo podía terminar preso por espionaje”. Aunque en ese momento no entendí el mensaje, supe perfectamente que me estaba advirtiendo de no tomar la foto.
Al voltear la vista supe que ese hombre, aunque no tenía armas, era un militar, porque usaba el gorro negro con estilo ruso. En Turkmenistan los soldados y policías sólo se distinguen del resto de la población por el gorro ruso negro. En ese momento me arropó un frio profundo que me atravesó como una flecha y me paralizó hasta el corazón, al menos eso sentí. Aún no tengo claro si la parálisis momentánea fue por el miedo o por la temperatura de 8 grados centígrados bajo cero.
Durante los segundos que estuve congelado alcancé a recordar parte de los últimos días de mi vida, como si estuviera entrando en el túnel de la muerte. Recordé que hacía apenas dos días había salido de Colombia con una alegría y una expectativa gigantescas. Recordé que salí de Cali para Bogotá y de ahí a Londres como si estuviera descubriendo el mundo. Luego tome un avión hacía Estambul, la ciudad de Turquía más poblada de Europa. Recordé que antes de subir al avión un turkomano me dijo que en su país si se ofendía a una persona, sin intención, el ofensor debía sobarse el pecho en círculos, de izquierda a derecha, mirando a los ojos de quien había sido perturbado y con la mano izquierda levantar y sostener, como si estuviera ofreciendo, el objeto con el que causo la molestia.
Ese recuerdo me trajo algo de calor, energía, de valentía o no se qué, pero me impulsó a actuar. Seguí la recomendación al pie de la letra y el militar pareció calmarse y se alejó.
Aunque llevaba ropa apropiada para el clima el frío, los ocho grado bajo cero molestan más que los zancudos del trópico. Durante cuatro horas permanecí en el aeropuerto sin saber exactamente para donde ir y como llegar. Me había comprometido a dictar una conferencia, en inglés, titulada diálogos entre culturas en el camino de los Incas. La charla era el resumen de mi tesis de grado en el Programa de Maestría en Historia en la Universidad del Valle sobre los antiguos caminos de Abya Yala, que después se llamó América.
En el trabajo le hago un seguimiento a los cinco mil 200 kilómetros de caminos desde Argentina y Chile hasta Pasto que hacen parte de los 44 mil kilómetros entre caminos y ramales que llegan hasta Pasto y un ramal a Popayán, en el sur de Colombia y que posteriormente utilizaron los Incas
Después de cuatro horas en el Aeropuerto de Turkmenistan me sentía impotente, pues no tenía alientos para hablar inglés que junto al turkomano y el ruso son los idiomas oficiales y los habla la gran mayoría de los cinco millones de habitantes de Turkmenistan. Pero especialmente porque esperaba que alguien apareciera con un letrero con mi nombre para guiarme, como se suele hacer con todos los invitados internacionales a congresos y conferencias.
Antes de llegar al aeropuerto había preguntado, aquí y allá, como debía actuar en el país más cerrado a los extranjeros de la antigua cortina de hierro, y sabía algunas cosas como que no está bien visto tomarle una foto a una mujer en la calle. Aunque las mujeres están plenamente forradas en ropa y usan una especie de turbante que cubre parte de su cabellera, no se pueden fotografiar libremente porque quien lo haga será acusado de inmoral e ir a la cárcel.
En Turkmenistán la religión dominante es el islam, al igual que los demás países que terminan en an, como Pakistán, Uzbekistán, Kirguistán, afganistán, Azerbaiyán y Kazajistán. Los funcionarios públicos hombres y los estudiantes universitarios, así como gran parte de la población, visten cotidianamente de saco y corbata y se distinguen en su oficio por el color de la camisa y de la corbata. Los primeros solo usan traje azul o negro con corbata con rayas transversales blancas y azules. Las mujeres solteras usan dos tranzas que caen sobre su pecho y las casadas se recogen el pelo y lo esconden bajo una especie de turbante.
También sabía que Turkmenistan, conocida por algunos como la Suiza de Asia Central, con cinco millones de habitantes, limita al noroeste con Kazajistán, al norte y noreste con Uzbekistán, al sur con Irán, al sureste con Afganistán y al oeste con el mar Caspio, no hay prostitución, ni ladrones y por ello los policías y soldados no portan armas, pero son temidos y hasta respetados, como en los más férreos regímenes totalitarios.
Sabía que ese país posee la cuarta reserva de recursos de gas natural más grande del mundo y es rico en recursos naturales en ciertas áreas. Desde 1993, los ciudadanos reciben electricidad, agua y gas natural de forma gratuita y proporcionada por el gobierno, en una garantía programada para durar hasta 2030.
Este país se declara imparcial, es muy cerrado al extranjero y dificulta enormemente la entrada, hasta para los mismos aliados rusos. En épocas pasadas fue centro de la encrucijada de civilizaciones durante siglos y una de sus ciudades, hoy conocida como Mary, fue una de las grandes ciudades del mundo islámico y una importante parada de la Ruta de la Seda que iba de Londres hasta la Murallla China.
Luego de pensar y repensar que hacer en el Aeropuerto, me acerqué a un policía y le dije que venía de Cali, Colombia, Sur América, invitado a dictar una charla en la Conferencia “Dialogo de culturas en la Ruta de la Seda”. Mi interlocutor talvez no tenía idea donde quedaba Colombia pero llamó a la Cancillería y poco después aparecieron dos soldados para acompañarme.
Salí del aeropuerto con los dos soldados, directo a la Cancillería. En el trayecto pude entender que los soldados no me cuidaban sino que cuidaban a la población de mí. Sin embargo me protegieron con algunas recomendaciones. Me aconsejaron, por ejemplo, por el frío, tener cuidado al orinar porque el líquido podía congelarse y herir mis partes íntimas, por eso el agua del sanitario tiene calefacción para que pueda fluir.
En el automóvil los soldados me llevaron a la Cancillería, donde no dejó de sorprenderme que me recibiera personalmente la canciller, una mujer alta y hermosa, ataviada con un traje blanco que le llegaba a los tobillos, pintado con flores negras. Me recibió con los brazos extendidos y un beso en la boca. Luego supe que esa era la forma de saludar a personas bienvenidas o a los amigos cercanos, como los besos en la mejilla que damos en Colombia a familiares y conocidos. Luego me invitó a su despacho y extendió unos billetes sobre la mesa y me pidió que los recogiera que eran los viáticos que me pagaba el país. Yo estaba entrando en choque, pues no entendía que existiera tanta confianza en los funcionarios que puedan entregar dinero a un visitante sin más requisito o formato que la obligación moral de hacerlo.
La verdad es que estuve en choque desde el mismo momento en que me invitaron a viajar a Turkmenistan. Recuerdo que estaba en el Museo Arqueológico Julio Cesar Cubillos, donde trabajo desde hace muchos años. Un día cualquiera, hace cerca de 15 meses llegó un hombre de ascendencia rusa y japonesa y después de entablar una conversación llegamos a parlar sobre el tema de mi tesis de grado en la maestría en historia que curso en la Universidad del Valle. Le narré algunas cosas y me invitó a su país a hablar sobre mi trabajo de grado. No creí mucho en la invitación pero la acepté.
Si, definitivamente acepté la invitación y pocos meses después me llegó una carta de invitación y visa diplomática firmada directamente por el Presidente de Turkmenistan. Por algunos trámites administrativos y de presupuesto no pude ir y escribí mi respuesta y explicación por mi inasistencia y creí que ahí acababa todo.
Un año más tarde volví a recibir la invitación con la visa diplomática y los pasajes para asistir al Congreso sobre el intercambio de culturas en la ruta de la seda, al que habían sido invitados 60 historiados de todo el mundo. En corto tiempo salí para Turkmenistan, un país muy cerrado al extranjero que durante el 2017 organizará los Juegos Olímpicos de Asia y hasta el momento sólo ha podido resolver el problema que implica dejar entrar a cientos de deportistas, pero no sabe cómo resolver el inconveniente de la llegada de tantos turistas de los países vecinos que traerá el evento, pues hasta ahora los muy pocos extranjeros a los que se autoriza para entrar lo hacen con visa diplomática.
El caso es que fui a turkmenistan y me hice entender sobre el intercambio cultural entre los indígenas precolombinos y sus relaciones en los antiguos caminos de Abya Yala, que después se llamó América, pero no pude hacerme entender, entre los soldados que me acompañaron durante toda mi estancia, que significa robar, pues allá en Turmenistan no existe ni se habla de ese asunto porque nadie tiene necesidad de robar porque cada familia gana 10 mil dólares mensuales en promedio y reciben energía, salud y agua gratis, por parte del Estado. Por razones similares yo tampoco pude entender cómo es que la gente del común dejaba su mercado en bolsas, por varios minutos en la parada del autobús, mientras iban por otras cosas a otro supermercado, sin que hasta ahora alguien los haya robado.
Bueno, todo lo que sucedió en mi visita a Turkmenistan debe entenderse como parte del intercambio de cultura que estoy tratando de explicar en la narración que hice.