Talento Vallecaucano

Palabras del maestro Alberto Guzmán Naranjo durante el homenaje a su vida y obra

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Martes, 25 Abril 2023
Agencia de Noticias Univalle

El pasado viernes 21 de abril de 2023 la dirección universitaria realizó un homenaje a la vida y obra de Alberto Guzmán Naranjo, una velada en la cual los asistentes disfrutaron de fragmentos de varias de las composiciones de este director, compositor y pedagogo. Las siguientes fueron las palabras del maestro durante el acto.


Debo decir que me intimida profundamente el saberme objeto de un homenaje, palabra que la Real Academia define como la demostración pública de admiración y respeto hacia una persona y sé que las personas que suscitan mi admiración no se parecen a lo que creo que soy, un ser corriente que ha dedicado su vida a navegar en la religión artística, como dice el escritor Iván Olano: a vivir en la embriaguez del asombro, al sagrado pavor de existir, como en el verso de William Ospina.

En 1980 Juan Carlos Onetti recibió como homenaje el Premio Cervantes y dijo en sus palabras de agradecimiento que nunca había sabido hablar bien y que la elocuencia, atributo muy hispánico, le había sido vedada.

A falta de la deseada elocuencia permítanme contarles, brevemente, que he pasado cincuenta y dos años de mi vida en la Universidad y que debo agradecer, como nos enseñó Borges, al divino laberinto de los efectos y las causas, que esta decisión generosa de la dirección universitaria, encabezada por el Señor Rector Edgar Varela, me haga objeto de un homenaje que acepto con timidez como un don que me conmueve y que agradece mi familia.

Cuando pienso en tantos años de universidad, mis años de estudiante y los años de docencia debo mencionar algunos nombres que están profundamente grabados en mis recuerdos: esos queridos Maestros que marcaron un rumbo indeleble en mi formación: Guillermo Restrepo, mi profesor de matemáticas en la Escuela de Ingeniería eléctrica; la inolvidable Sofy Arboleda de Vega, música e historiadora del arte; Estanislao Zuleta y su diálogo permanente con el conocimiento; Darío Henao Restrepo, orientador de mis estudios sobre las músicas afroamericanas, Mario Gómez-Vignes y esas largas, estimulantes, charlas sobre música y de manera especial el Maestro Léon J. Simar, quien dedicó cinco años a mi formación musical, abriendo las puertas de la composición, la dirección coral y la dirección de orquesta.

Como docente siento un profundo agradecimiento a un número importante de estudiantes que me permitieron sembrar semillas musicales que con el paso de los años han dado frutos de gran valor para la cultura nacional. Y si he tenido algún éxito en esta tarea es porque en vez enseñar cosas -bien consignadas en las enciclopedias- he tratado de comunicar un amor en la manera de tratar con esas cosas. Si evito mencionar nombres es por el respeto a tantos que quedarían por fuera pero que saben que los llevo en mi corazón.

Creo que el trabajo docente es un arduo tejido entre la memoria y el olvido. Cuando los antiguos clásicos decían que verba volant, scripta manent, se estaban refiriendo a esa dialéctica entre memoria y olvido. Ante el descubrimiento de la escritura, cuenta Platón que el faraón egipcio Tamús dijo que el cultivo de la escritura iba en detrimento de la memoria y favorecería el olvido. Sócrates, Buda, Pitágoras, Cristo, jamás escribieron, pero hubo un momento, como lo cuenta bellamente Irene Vallejo en El Infinito en un Junco, en que surgió el temor de que la tradición oral estuviera amenazada y fuese necesaria la escritura para hacer perdurar el legado de los antiguos.

La Universidad, esa feliz creación del siglo XII europeo, junto a la invención de la imprenta se propuso mantener en la escritura una tradición cultural milenaria. Sin embargo, en nombre de ese sabio principio, el colonizador español se sintió autorizado a eliminar la memoria de innumerables pueblos americanos. Cuando el cura Vicente de Valverde exige a Atahualpa que bese ese extraño objeto, la biblia, donde está la verdad del mundo, el Inca constata que el libro no le habla y lo arroja lejos, y este gesto fue suficiente para que el invasor español se sintiera autorizado a masacrar todo un pueblo.

Uno de mis últimos esfuerzos como docente, antes del necesario retiro, ha sido despertar la conciencia de la pluralidad de las culturas musicales, en su gran mayoría de tradición oral, pero sistemáticamente tenidas a menos por un asfixiante eurocentrismo colonialista. Por fortuna la humanidad ha persistido en la transmisión oral de su memoria, poética, literaria y musical, dejando la escritura para una élite intelectual y manteniendo en el pueblo sencillo el placer de oír contar, de oír cantar, como podemos apreciar en las comunidades indígenas y en los herederos de la diáspora africana. La Universidad es el campo privilegiado para alimentar ese diálogo entre la escritura y las culturas ágrafas.

La Universidad ha sido muy generosa conmigo al posibilitar que una parte importante de mi trabajo estuviese dedicado a la investigación y la invención musical.

Muchas gracias.

 

Vea aquí la transmisión del evento.

 

 

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